A lo largo de nuestra evolución, muchos de nosotros pasamos por tres etapas en el modo de relacionarnos con los demás.
Primera etapa: la esclavitud emocional
En esta fase que denomino como esclavitud emocional, creemos que somos responsables de los sentimientos de los demás.
Pensamos que debemos esforzarnos por mantener a todo el mundo feliz. Si no parecen felices, nos sentimos responsables y obligados a hacer algo al respecto.
Esto nos puede conducir a ver a las personas más cercanas como una carga y a vivir el amor negando o desatendiendo las necesidades propias con el fin de atender las del ser amado.
Segunda etapa: la fase antipática
En esta fase nos hacemos conscientes del alto coste que tiene hacernos responsables de los sentimientos de los demás e intentar adaptarnos a ellos.
Al darnos cuenta del abandono en el que hemos vivido por mucho tiempo tal vez nos sintamos enfadad@s. Entonces al encontrarnos frente al dolor de otra persona puede que hagamos comentarios antipáticos como: “¡Ese es tu problema! ¡Yo no soy responsable de tus sentimientos!”.
En este punto tenemos claro que nosotros no somos responsables de los sentimientos de los demás, pero aún nos falta aprender a ser amables con los demás y compasivos con su sufrimiento, tratando de ayudarles sin hacernos cargo nosotros de su bienestar.
Tercera etapa: la fase de la liberación emocional
En esta fase respondemos a las necesidades de los demás con compasión, nunca por miedo, culpa o vergüenza. Por tanto nuestras acciones nos satisfacen a nosotros y a quienes reciben nuestros esfuerzos. Aceptamos la plena responsabilidad de nuestras propias intenciones y acciones, pero no nos hacemos responsables de los sentimientos de los demás.
En esta etapa ya somos conscientes de que nunca podemos satisfacer nuestras necesidades a expensas de las de otros. La liberación emocional implica expresar con claridad lo que necesitamos de tal manera que los demás entiendan que también nos importa que sus necesidades se satisfagan. Hacer esto, expresar nuestras necesidades, puede dar miedo; especialmente a las mujeres que han sido socializadas para ignorar sus propias necesidades mientras cuidan de los demás.
Nota: el presente post está extraído del libro “La Comunicación no violenta: un lenguaje de vida“ de Marshall Rosemberg.
Andrés Gaspar, psicólogo sanitario