Marcela Lagarde, antropóloga dice: “El género está presente en el mundo, en las sociedades, en los sujetos sociales, en sus relaciones, en la política y en la cultura. El género es la categoría correspondiente al orden sociocultural configurado sobre la base de la sexualidad: la sexualidad a su vez definida y significada históricamente por el orden genérico.”
Es decir, el género es una construcción social que se nos asigna desde que nacemos en función de nuestro sexo, de manera diferencial, a mujeres y a hombres, y que conlleva la atribución de una serie de roles, determinando cómo debemos ser y cómo comportarnos para cumplir con las expectativas impuestas durante el proceso de socialización, y así, ser aceptadas.
Esto se concreta en una serie de mandatos de género que interiorizamos y que nos impiden transgredir los modelos hegemónicos de masculinidad y feminidad, a la vez que se traducen en pensamientos, emociones y conductas que mantienen el orden social establecido. Y, en caso de incumplimiento de estos mandatos aparecerá la crítica social, la culpa y la vergüenza.
Estos mandatos afectan a las mujeres en diversas áreas vitales, esenciales todas ellas:
- En primer lugar, dificultan la construcción de una verdadera autonomía personal. Es habitual escuchar en consulta a mujeres de edad avanzada con un fuerte sentimiento de soledad, que llegan a reprochar a sus hijas/os o nietos/as que no las atienden como necesitarían y cómo ellas lo han hecho durante toda su vida. Estas mujeres se han entregado por completo a su familia, a ser madres y esposas y no han podido construir un proyecto de vida propio, con una identidad diferenciada de sus roles, incluso, cuando estas tareas de cuidado ya no son necesarias, ellas se encuentran perdidas y confundidas planteándose preguntas del tipo ¿quién soy yo y qué he hecho con mi vida?
- Interfieren negativamente en la autoestima. Si desde pequeñas nos enseñan que lo más importante para las mujeres es el físico y que para conseguir éxito en la vida tenemos que ser guapas, y, a la vez, nos bombardean con campañas publicitarias e imágenes en las redes que muestran un canon de belleza inalcanzable, no es raro entonces que nos comparemos constantemente con ese ideal, que nos sintamos viejas, feas y gordas y feas y creamos que no tenemos valor como personas porque no nos enseñan a valorarnos de una forma objetiva y realista. Esta frase Beatriz Gimeno lo ilustra muy bien: “Una mujer que no se gusta a sí misma no puede ser libre, y el sistema se ha preocupado de que las mujeres no lleguen a gustarse nunca”.
- Promueven la construcción de relaciones desequilibradas. A pesar de los avances en materia de igualdad, las cualidades más valoradas en los hombres son la fuerza, competitividad y la capacidad de liderazgo, mientras que, en las mujeres siguen siendo la belleza, la entrega y la abnegación. Partiendo de esa base, hombres y mujeres desarrollamos distintas capacidades que sitúan a las mujeres en una posición de subordinación en la pareja, lo que formará los cimientos de las relaciones de violencia de género.
- Potencian la aparición de emociones que nos causan malestar. En la vida de las mujeres, el miedo, la vergüenza, la culpa, se revelan como emociones centrales. Aprendemos desde la más temprana infancia que estamos indefensas, somos vulnerables, nos tienen que acompañar a casa, teniendo mucho cuidado y tenemos que intentar pasar desapercibidas para que no nos ocurra nada. Nos enseñan cómo tenemos que ser para que nos quieran, nos acepten, que debemos pensar en el bienestar de los demás, que es egoísta satisfacer nuestras propias necesidades… y, si no lo cumplimos, nos sentimos culpables. Las mujeres nos avergonzamos de todo, de nuestro físico, de no ser buena madre, incluso cuando sufrimos violencia sexual, no lo denunciamos porque se nos considera responsables de haber provocado esa respuesta.
- Limitan la sexualidad. Muchas mujeres son incapaces de disociar el sexo de la afectividad, no se fomenta nunca en ellas que tomen la iniciativa y expresen libremente su deseo y las cosas que les gustan, porque aún sigue estando mal visto, se nos empuja a adoptar un rol más pasivo y complaciente en las relaciones sexuales impidiendo que disfrutemos libremente de nuestro cuerpo y sexualidad.
- Afectan negativamente a nuestra salud física y mental. Su salud integral se ve afectada por diferentes condicionantes como la doble y triple jornada, niveles de vida inferiores, el desempleo y la precariedad, la desigual distribución del trabajo doméstico, el rol de cuidadoras que les lleva a encargarse de los demás y descuidarse a sí mismas etc… Muchas veces las mujeres acuden a consultas de atención primaria pidiendo ayuda para sus malestares y dolencias físicas, que, desde allí, se tratan con pauta de psicofármacos, tratando se solucionar de manera individual lo que tiene un origen general e impidiendo que puedan centrarse realmente en la causa de ese malestar y por lo tanto eliminarla.
Todos estos mandatos de género son transmitidos a lo largo del proceso de socialización, mediante la educación, por tanto, son aprendidos y pueden y deben ser desaprendidos y deconstruidos. Para lograrlo, tenemos primero que identificarlos, darnos cuenta del daño que causan en absolutamente todas las esferas de la vida de las mujeres y empezar a educar en igualdad, pero de verdad.
Si un proceso de terapia psicológica no tiene en cuenta todo lo anteriormente expuesto y se realiza sin perspectiva de género, será reduccionista e incompleto, estará dejando fuera el contexto, olvidando que somos seres sociales expuestos a diversas influencias desde que nacemos y se quedará en el tratamiento del síntoma sin atajar las causas. Por ello, en nuestro Centro de Psicoterapia Integral, y más concretamente, en el área de Psicoterapia Integral Mujer, trabajamos con un abordaje integral, incorporando los mandatos de género como parte habitual del trabajo y la relación terapéutica.