Antes de empezar a enumerar los ingredientes de una buena autoestima infantil, aclaremos una cuestión. En mi consulta me encuentro un sinfín de casos en los que una persona puede tener un concepto positivo de sí mismo, pero a la hora de relacionarse o de vivir su vida, experimenta sentimientos de inferioridad, inseguridad o de no ser importante o valioso.
Yo siempre les digo que una cosa es la autoestima “racional” (por ejemplo, soy bueno en mi trabajo, mis amigos me quieren), y otra muy diferente es la autoestima “visceral” (un sentimiento visceral de “aquí estoy yo” o incluso lo que llamamos “tener el guapo subido”). Este sentimiento visceral es lo que uno experimenta, por ejemplo, cuando queda muy satisfecho de un trabajo que ha hecho, cuando habla de algún tema que domina muy bien, o cuando está sobre un escenario haciendo lo que mejor sabe hacer y ve el reconocimiento en la mirada de los demás.
Ahora traslademos esto a los niños pequeños. Un niño puede construirse una buena autoestima “racional”, pero no tener un sentimiento “visceral de ser valioso”. Veamos de qué depende que esto suceda. Partiremos de la siguiente regla fundamental: la satisfacción y el buen humor de los padres, van a ser las piezas fundamentales con las que un niño construirá su sentimiento de ser valioso, de ser alguien agradable con el que merece la pena estar.
Cuando estas piezas fallan pueden producir grietas en el vínculo, que más tarde impedirán que el hijo pueda construirse un sentimiento de ser alguien valioso. Esta situación, desgraciadamente, puede darse en cualquier familia, incluso en aquellas estructuradas y con buenos recursos.
A veces, esto se debe a que alguno de los padres atraviesa un episodio de depresión o de falta de vitalidad. También puede ser que el padre o la madre estén sumidos en un duelo por la pérdida de algún familiar, por ejemplo. En definitiva, sería alguna circunstancia que impida que el adulto disfrute del contacto con el hijo, que pueda estar de buen humor o mostrar satisfacción por él.
En otros casos, el papá o la mamá pueden tener unos niveles de exigencia hacia sí mismos y hacia los demás que les impidan sentirse satisfechos acerca de su propia vida o de la forma de ser de los hijos. Estos sentimientos pueden propiciar un estilo comunicativo más rígido o crítico hacia el pequeño, generándole un sentimiento de sí mismo de no ser suficiente.
Ante la pregunta de “qué podemos hacer para que esto no ocurra” propongo las siguientes pautas.
Pautas para ayudar a mejorar la autoestima de los hijos
- Mantenernos en contacto con nuestras emociones: de esta manera, nos podremos percatar de cuándo estamos transmitiendo más insatisfacción o de cuándo nos está pesando la exigencia sobre los hombros y los de nuestra familia.
- Minimizar los consejos y las advertencias: Los consejos y advertencias son parte de lo que en Psicoanálisis llamamos el “estilo educativo”. Sentimos que tenemos que dotar a nuestros hijos de una serie de pautas para manejarse en la vida y hacer de ellos personas fuertes. Sin embargo, muchas veces con este afán protector se nos escapan más advertencias de la cuenta, y bloqueamos otros momentos de relación con el niño en los que poder compartir, jugar, disfrutar, mostrarnos animados y alegres y escuchar al niño sin necesidad de intervenir.
- Fomentar la escucha empática y el disfrute: La escucha empática fortalece mucho el vínculo con los hijos y es un factor mucho más protector que la actitud “educativa”. Esto no quiere decir que dar pautas a nuestros hijos no sea necesario en determinadas situaciones, pero algo que debemos tener en cuenta es que les protege mucho más lo que en Psicoanálisis llamamos el “estilo relacional”. Es decir, estar disfrutando con el otro, tratando de entenderle y de ponernos en su piel, conectados con nuestras emociones en lugar de esconderlas bajo la alfombra. Esta forma de relación tiene unas consecuencias muy deseables en nuestros hijos: fortalece su seguridad personal y confianza en sí mismos, disminuye las angustias y sentimientos de soledad, aumenta el sentimiento de valía, mejora las habilidades para confrontar con los demás, aporta una mayor asertividad para decir lo que quieren y lo que no, lo que necesitan y lo que no, y genera la expectativa de que compartir los sentimientos con los demás no es peligroso.
Todos los esfuerzos que vayan en esta línea harán que la relación con nuestros hijos sea un lugar confortable y una plataforma de crecimiento para toda la familia.
Al fin y al cabo, lo deseable no es un papá o mamá que siempre acierte en todo, sino un papá o mamá que reflexione y conecte con lo que le pasa por dentro.
Elena Pérez Martín, psicóloga en Masquemedicos
Elena Pérez Martín. Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica.