¿Por qué somos asertivos, pasivos o agresivos?

Al comunicarnos con otras personas o dar nuestra opinión sobre un tema, podemos adoptar un estilo de respuesta determinado –asertivo, agresivo o pasivo-. Utilizar un estilo u otro depende de diversos factores y por supuesto de cada persona. Ante estas situaciones las personas realizamos un proceso de aprendizaje en relación a cómo pensamos, sentimos o actuamos. Si somos pasivos o agresivos en el momento de expresar nuestra opinión ante otras personas, podemos reaprender a enfrentar la situaciones sociales para ser asertivos. Pero existen diferentes factores que influyen en el estilo de respuesta que adoptamos y nos hace ser asertivos, pasivos o agresivos.

Factores que influyen en el estilo de respuesta

• Aprendizaje por modelado: aprendemos conductas y formas de pensar mediante la observación de nuestro círculo social: familia, amigos, compañeros, etc. o a través de modelos simbólicos como películas, videojuegos o series de televisión.
• Aprendizaje inverso: se refiere a las conductas que son opuestas a aquello que hemos observado. Por ejemplo, si durante la infancia nuestros padres han sido agresivos, asumimos un rol pasivo por miedo a invadir los derechos de otras personas, muchas veces incluso renunciando a los nuestros.
• Aprendizaje como consecuencia de nuestras conductas: los refuerzos y castigos que hayamos recibido en nuestra niñez determinan nuestras conductas. Por ejemplo, si hemos sido premiados por una conducta inadecuada, tendremos tendencia a adoptar un estilo de respuesta agresivo con otras personas. Por el contrario, si se nos ha premiado (con atención, palabras de refuerzo y de respeto) ante conductas adecuadas, el estilo de respuesta que tenderemos a desarrollar será asertivo.
• Aprendizaje instantáneo: una única experiencia puntual puede marcarnos y hacer que nuestra comunicación a nivel social se modifique. Por ejemplo, sentir nervios ante una exposición,tener la sensación de que los compañeros analizan el trabajo hecho, esto genera un gran malestar. A raíz de esta experiencia pueden desarrollarse diversos miedos sociales.

Las experiencias que vivimos no solo afecta, de manera positiva o negativa, nuestra forma de actuar, sino también de pensar e incluso nuestras creencias:

• Creencias sobre nosotros mismos: la opinión que tenemos sobre nosotros mismos y el valor que le damos a esta, forma nuestra autoestima: nuestras fortalezas y debilidades, valores y deseos.
• Creencias sobre el mundo: cómo pensamos que funciona el mundo. Si creemos que es sencillo y que la vida nos tiene que tratar bien en todo momento, en el momento en que no ocurra de esta forma, y nos exponemos a situaciones difíciles y críticas, tendemos a sentirnos frustrados. Por el contrario, si nuestra creencia es que el mundo es injusto y nos pone a prueba siempre, nos sentiremos indefensos y con altos niveles de ansiedad.
• Creencias sobre los demás: vivimos en sociedad, y solemos desear llevarnos bien y gustar a los demás. Pero el problema está en la importancia que otorgamos a ello: si le damos mucha importancia y sobrevaloramos la opinión de los demás sobre nosotros, nos dolerá y no entenderemos cuando esa opinión sea negativa. En este caso, desarrollaremos un estilo de respuesta pasivo, para no llevar la contraria a otras personas y evitar así conflictos. Si por el contrario pensamos que nuestras opiniones están por encima de las de los demás, nuestro estilo será agresivo.

Todas las personas aprendemos de determinadas formas nuestros estilos de respuesta: a ser agresivos, pasivos o asertivos. Si somos conscientes de que estos estilos son aprendidos, podemos trabajar para lograr un estilo de respuesta asertivo, respetando nuestros derechos y los del resto de las personas.

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