La Terapia de Conducta es una psicoterapia que surge en los años 50, dirigida a la eliminación de hábitos inadaptativos aprendidos. La terapia de conducta recoge básicamente la aportación del Conductismo, que es una doctrina que busca el conocimiento de las acciones de los organismos, y en especial del hombre mediante la observación del comportamiento o la conducta, sin recurrir a procesos internos no observables como pueden ser la conciencia o la introspección.
Aportación del conductismo y psicología del aprendizaje a la terapia de conducta
El conductismo centra su interés en la conducta, junto con la determinación de su causalidad: el medio ambiente. La terapia de conducta incluye además de las aportaciones de la psicología del aprendizaje, junto con el interés metodológico por la contrastación experimental de sus asertos, como rechazo a la psicoterapia dominante en los años 50: la terapia psicoanalítica. Adopta un punto de vista esencialmente ambiental, esto es, que la conducta (respuesta) es función del medio ambiente (estímulo). Se enfatiza el método experimental, en el que la conducta es la variable dependiente y el medio la variable independiente. Se toma partido por la demostración experimental frente a la especulación.
Terapia de conducta o Terapia cognitivo-conductual
La terapia de conducta o terapia conductual recibe ese nombre por su ya comentado énfasis central en la conducta. Hoy día ya es una forma en desuso, antigua, ya que el término “Cognitivo-Conductual” ha sustituido de una forma generalizada al “Conductual”. Por el término “cognitivo” entendemos una serie de procesos mentales superiores, que son exclusivos del ser humano para acceder al conocimiento, como son los pensamientos, la memoria, imaginación, etc, que surgen gracias al desarrollo de la corteza cerebral, la estructura más reciente del cerebro en su desarrollo evolutivo.
Hoy se emplea más el término de terapia cognitivo-conductual que terapia de conducta o conductual. El añadido cognitivo supone un avance, una mejora a la simple referencia conductual, ya que se considera más completo hablar de cognición y conducta que sólo de conducta.
Lo cognitivo tiene una larga tradición en terapia de conducta. En los años 40, el Neoconductismo, del que Tollman y Hull son sus principales inductores, introduce entre el estímulo y la respuesta una serie de “constructos” mediacionales asituacionales que cooperan probabilísticamente a la determinación de la relación causal, funcional, entre el estímulo y la respuesta. La personalidad, la historia de aprendizaje, los estilos cognitivos, los esquemas cognitivos, las creencias, todo es susceptible de ser considerado que tiene una influencia correlacional entre el estímulo y la respuesta.
Asimismo, el conductismo radical, o contextual, cuyo máximo representante es Skinner, trata de analizar la conducta en términos funcionales, en función de las consecuencias de las respuestas. No está interesado en los procesos, sino en los resultados. Esto no significa que se rechace la existencia de tales procesos, sino que lo que interesa son los resultados de los procesos.
Dentro de lo denominado cognitivo, los elementos que tienen cabida en la terapia de conducta son las construcciones abstractas (constructos) que median la relación entre las condiciones ambientales (los estímulos) y las respuestas. Dan razón en parte de la relación causal entre el estímulo y la respuesta. También tenemos los pensamientos, que son sucesos privados no observables por otras personas ajenas al sujeto.
Lo que no es aceptable desde el conductismo, en sus dos versiones, neoconductismo y conductismo radical, ni tampoco desde la terapia de conducta es que el constructo ni el pensamiento sean el agente causal de la conducta. Es perfectamente aceptable evaluar e intervenir sobre pensamientos concretos que generen cambios en la conducta o en el estado de ánimo de la persona, pero resulta innecesario considerar a los esquemas cognitivos o a las creencias básicas como la causa de los “males” de la persona.
Se puede actuar sobre comportamientos concretos, ligados a contextos también concretos, no sobre construcciones etéreas como por ejemplo la personalidad. Esto no quiere decir que no exista ni que no tenga interés la personalidad, sino que ella no es la causa, ni el objetivo de intervención terapéutica. Algo similar debe decirse de la memoria o de las emociones.
El conductismo radical también ha hecho otras aportaciones que contribuyen a definir la terapia de conducta en el momento actual, aunque han sido escasos en comparación con las aportaciones cognitivas. Sin embargo, tienen una notable importancia teórica y aplicada. Los tres acercamientos más importantes son:
La psicoterapia funcional analítica
Resalta la capacidad terapéutica de la interacción psicólogo-paciente. Destaca la situación terapéutica como una situación comportamental más, en la que el intercambio de respuestas, y su valor funcional, en las consecuencias que operan en el otro, constituyen el elemento principal de la terapia. El psicólogo debe responder al paciente, en su interacción con él, de un modo similar a como ocurre en el medio ambiente del paciente. Si el paciente llora se debe responder (darle feedback) de un modo similar a como ocurriría en su ambiente natural, no de una forma “terapéuticamente correcta”. La consideración de la situación terapéutica como semejante a cualquier otra situación, facilita su potencial terapéutico.
La terapia de aceptación y compromiso
Se caracteriza por un intento de eliminar o reducir el control que los pensamientos y emociones, tratando de dar más importancia a las contingencias externas de la conducta. Va dirigida a aquéllos casos en que un excesivo control cognitivo-emocional de sucesos sólo accesibes a la propia persona, constituye una fuente de interferencia importante en el comportamiento de la persona.
La terapia de conducta dialéctica
Va dirigida a facilitar y moldear formas adecuadas de expresión emocional en personas con déficits en este aspecto.
Estos nuevos tipos de terapia hacen hincapié en destacar la importancia de las contingencias naturales, considerando en este marco la terapia, para facilitar el cambio terapéutico.
José Antonio González Ortega, psicólogo en Masquemedicos