La crisis que bandeamos hoy – con mayor o menor destreza – frente al ya archiconocido COVID-19, se une hoy a la violencia de género en un peligroso y estrecho vínculo de interdependencia. Ambos, son factores de riesgo y causantes de uno de los síntomas más severos de desigualdad que brotan en esta pandemia. Una vez más, el daño colateral lo sufren las mujeres.
Las manifestaciones son patentes en múltiples dimensiones. Una feminización preexistente, tanto de la pobreza como del tutelaje de las tareas de cuidados – remuneradas o no – someten a las mujeres, en la situación actual, a una plusvalía extra. Una sobrecarga traducida en dobles y triples jornadas, mayor exposición al virus y la consecuente extenuación personal.
Estos hechos se convierten en razones. La propagación del virus así como las medidas preventivas de contención, han situado a la mitad de la población en el foco de la violencia más bárbara y sutil. El soporte de la vida se tambalea siendo necesario su deliberación al respecto.
La supervivencia de muchas mujeres, está actualmente en entredicho al verse obligadas a cohabitar bajo el mismo techo que sus agresores. Vivir sometidas a las reacciones de furia, rabia y celos, insultos o golpes, les exponen a un estrés continuo que tiene reflejo en la enfermedad del cuerpo y/o la mente.
Como consecuencias directas, podríamos contemplar desde dolencias físicas que derivan de traumatismos o infecciones, hasta problemas de salud mental más complejos. Hablamos de trastornos cognitivos y de memoria, depresiones por baja autoestima, exceso de culpa o desesperanza. A ello acompañarán miedo, irritabilidad, ansiedad, falta de sueño o cuadros de adicción que amortiguan el dolor.
Dada su multicausalidad, lo más justo y eficaz, es atenderla desde una red diversa de recursos que prevengan, detecten o solucionen toda su compleja sintomatología . De ahí, esta propuesta holística y global para evitar revictimizar a los grupos más afectados. Múltiples respuestas con la acción de distintos agentes sociales que redistribuyan la carga.
Respuesta social
Nuestras instituciones deben mediar todos los recursos disponibles 24h al día para facilitar su actuación.
Recordamos aquí, la activación de un Plan de Contingencia por parte del Ministerio de Igualdad que asegura la atención plena a través del 016, activación de servicios de mensajería instantánea a las fuerzas y cuerpos del estado, o los chats de respuesta rápida como soporte psicológico. Los centros de asistencia, los pisos tutelados o los juzgados de violencia contra la mujer siguen funcionando.
Respuesta comunitaria y familiar
Vecinos, amigos o familiares tenemos una gran responsabilidad como facilitadores del apoyo mutuo. Podemos ofrecer el soporte necesario ante la escucha de gritos o discusiones, así como el testeo a través de llamadas de teléfono. Poseemos la obligación de alertar frente a cualquier situación sospechosa de maltrato. Usemos los balcones y ventanas como lugares de empatía.
Respuesta individual
En este punto, desde la humilde pretensión y el mayor respeto, la intención versa en tender puentes que rompan el doble aislamiento que puede producir el confinamiento y, a la vez, soportar cualquier tipo de abuso.
La primera opción, si es posible, aunar la fuerza con la oportunidad para reconocer una situación de violencia. Lo más favorable sería distanciarse de ella. Bien a través de abandonar el domicilio para pedir ayuda o, tramitando la pertinente denuncia. “Ánimo, puedes hacerlo”.
Si por el contrario, aún no encontramos los medios para plantear ese cambio, podemos variar el foco de atención, centrándonos en nosotras y en otros seres queridos si los hubiera; crear un nuevo punto de referencia y apoyo, tú misma. Evitaremos situaciones conflictivas que nos resten energía -o pongan en peligro- e intentaremos mantenernos siempre comunicadas como medidas prácticas.
Otras podrían ser, marcar rutinas e intentar disfrutar con alguna actividad que dibuje una sonrisa, esa que pueda ser de las mejores medicinas.
Escucharnos será vital, hacerlo con nuestros miedos, preocupaciones o dolores más profundos nos reconectará con nuestra esencia empoderándonos.
Por otro lado, permitirnos sentir el llanto, la tristeza o el cansancio también conseguirá que podamos ser más condescendientes con nosotras mismas de lo que lo es el contexto que nos atropella. “No es culpa tuya”.
Quizás, leer, escribir o buscar información sobre lo que uno siente o le inquieta puede hacernos más libres en unos cuantos metros cuadrados.
Pero ante todo recuerda: “Eres válida, hermosa y mereces amor”. Repítelo hasta que lo creas.
La violencia de género es una cuestión que nos concierne a todos. Esta situación de reflexión e interiorización planteada por la cuarentena para evitar los contagios, es la oportunidad perfecta para salvar las vidas amenazadas por el COVID-19 y por otras dolencias de índole no vírica, que mantienen enferma a la sociedad desde hace siglos.
Leyre Collazo Palomo, bióloga especialista en educación sexual