Doping: mucho más que una cuestión ética (I)
La reciente sentencia condenatoria a dos años de sanción al ciclista español Alberto Contador por presentar restos de clembuterol en su sangre ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión del dopaje en el deporte, uno de los problemas más serios del mundo deportivo y que paulatinamente está ocupando en los medios casi tantas portadas como las propias competiciones y records.
Foto: EFE
La prensa deportiva suele ceñirse a cuestiones éticas y relacionadas con las “trampas” y las ventajas que los deportistas que utilizan sustancias dopantes obtienen sobre sus competidores, adulterando así la competición. Sin embargo el doping tiene connotaciones mucho más serias que las puramente deportivas: hablamos de un problema de salud general en este ámbito, muchas veces fruto de la presión que equipos y directores deportivos ejercen sobre personas muy jóvenes e influenciables, que en ocasiones puede desentrañar riesgos tan graves como ataques cardiacos, tumores o hasta la muerte.
El dopaje se define como el consumo o la administración de sustancias externas al cuerpo humano con el objetivo de mejorar su rendimiento en competiciones deportivas o en otro tipo de esfuerzos físicos. Hay datos documentados del uso de sustancias con este fin de la época romana, en la lucha entre gladiadores, o entre los vikingos, que consumían setas alucinógenas para conseguir estar más eufóricos durante el combate. Sin embargo el uso de esta palabra –doping– con el significado actual data de los años cuarenta, cuando empezó a usarse en las carreras de caballos para hablar de los equinos que habían sido inyectados con alguna sustancia para mejorar su fuerza y velocidad.
Durante el siglo XX, el dopaje ha sido una práctica presente en el deporte desde el principio. El norteamericano Thomas Hicks ganó la maratón de los Juegos Olímpicos de San Luis en 1904 con la ayuda del brandy y del sulfato de estricnina que su entrenador le suministró para ayudarlo a recuperarse de los desfallecimientos. Desde entonces hay varios casos reconocidos, algunos donde hay implicados nombres tan importantes como los de Fausto Coppi o Jacques Anquetil. El doping existía pero era observado casi como un problema menor.
Sin embargo en la década de los sesenta hubo dos casos que cambiaron todo. En los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960, el ciclista danés Kurt Enemar Knud Jensen se sintió mal durante la prueba de 100km contrarreloj y tuvo que retirarse, falleciendo en el hospital al poco rato, víctima de un colapso. Las pruebas revelaron que había consumido anfetaminas y otras sustancias vasodilatadoras, buscando mejorar su punta de velocidad.
Pero si hay una figura que cambió para siempre la percepción de la gravedad del dopaje en el deporte ese fue el ciclista británico Tom Simpson.
Simpson había sido campeón del mundo de ciclismo en carretera en 1965 y a sus 29 años afrontaba el Tour de Francia de 1967 con esperanzas de alzarse con la victoria. En la decimotercera etapa, en la durísima subida al Mont Ventoux, empezó a zigzaguear y cayó de la bicicleta. Después de intentar subir otra vez volvió a desfallecer y fue ingresado en el hospital poco antes de morir de un paro cardiaco. Había ingerido una gran cantidad de anfetaminas e incluso llevaba encima algunos botes más durante la carrera. Esta muerte, practicamente televisada en directo, conmocionó a la opinión pública e hizo tomar conciencia de que el problema del dopaje era sobre todo de salud, no sólo de trampas. Al año siguiente, en los Juegos Olímpicos de México, un pentatleta sueco fue desposeído de la medalla de bronce por dar positivo por alcohol, siendo el primer caso de positivo olímpico.
La próxima semana hablaremos de los tipos de dopaje más frecuentes, desde el alcohol al EPO pasando por los anabolizantes, y las consecuencias para la salud que estos conlleva.
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