El uso de la medicación adquiere en la época actual, que los sociólogos han denominado hipermodernidad, algunas características diferentes a las habituales, propias de la clínica en la que nos hemos formado.
Consecuencia de ello es la presencia, ya cotidiana en nuestras consultas, de situaciones como las que referimos a continuación, y que ilustran de qué se trata este cambio.
- Hace un mes, recibo la consulta de una persona que, contrariamente a lo esperado, cuando ya han transcurrido 8 meses de la pérdida de un ser querido, y de estar medicada con antidepresivos y ansiolíticos, se encuentra cada vez peor. No encuentra lógica en este malestar, pues la evolución es contraria al proceso habitual del duelo, así que le envían al especialista. ¿Porqué no funciona el tratamiento?
- Peor aún, otra persona dice no haber pasado depresión por la muerte de un familiar. La medicación le permitió, por suerte según su criterio, que este proceso apenas fuera notado por ella. Ahora consulta a múltiples profesionales por contracturas sin organicidad.
- Hace dos semanas una mujer en proceso de separación, iniciado a sus instancias, acude pidiendo una medicación antidepresiva pues dice no querer sufrir por lo que está pasando.
- Y un hombre que acaba de ser ascendido a la jerarquía más alta de su empresa, como resultado de su esforzado trabajo de años, al no poder conciliar el sueño y deprimirse a ojos vistas, requiere un antidepresivo urgentemente, así que ha convencido a su médico de familia de ello, pero ambos no entienden porque no ha mejorado.
- Luego de un cambio de casa soñado desde hace más de 20 años, ha campado la tristeza e inhibición a una mujer en plena madurez de sus facultades. Todo, dice, lo tengo todo para ser feliz. Pero como la realidad desmiente este aserto de su verdad: seré feliz si me cambio a la casa que he deseado, ella lo fuerza. Exige medicación, pues cree que si la verdad no es cierta, hay medios para conseguirla. Hoy la ciencia lo puede todo, más allá de lo humano. Será feliz, eso es lo que hay que ser ¿no? Ser feliz por imperativo. Si para ello tiene que acudir a medicarse ¿por qué no hacerlo?. Ahora existen fármacos que lo hacen posible.
- Su hija no come desde hace varias semanas. Es verdad que algo parece ocurrirle, no está como habitualmente. Pero lo importante es que se alimente, dice una madre preocupada por la alimentación de su hija adolescente. El médico le ha indicado un orexígeno: está solucionado el problema. Ahora consulta porque su hija, una excelente estudiante, ha empezado a hacer pellas.
- Ella, que es una mujer muy activa, pide estimulantes y vitaminas para seguir sosteniendo su trabajo durante las vacaciones. En efecto, no puede parar pues al cesar el trabajo que la ocupa todo el curso, se confronta a mucha angustia y piensa demasiado. No quiere pensar y entiende que las medicinas le ayudarán a sostener esta pantalla.
- El niño es muy inquieto, lo pregunta todo, lo revuelve todo, no se está quieto. En el colegio habla sin descanso. No obedece. Han dicho que puede ser hiperactivo. La medicación indicada es específica, pero ahora no le interesa nada. ¿Qué ocurre? ¿Porqué no es un niño normal? Preguntan los padres.
En cada una de estas situaciones se ve claramente cómo, una indicación farmacológica que no respeta la lógica de los procesos intrapsíquicos, produce una inflexión hacia la complicación de cualquier situación vivencial.
Es algo evidente, que en la actualidad, además del alivio de situaciones patológicas, se le pide al médico, que trate como si fueran enfermedades, los sufrimientos normales que acompañan en su proceso el transcurso de situaciones vivenciales, en especial la ansiedad y la angustia. Estas no son enfermedades. La consecuencia más cara de este proceder es la desorientación del ser humano que pierde su brújula interna, confirmando por consiguiente a las personas, en su creencia de que la vida puede ser vivida sin sentirla subjetivamente, sin acuse de recibo.
A este uso de la medicación, se llama: Medicalización.
La orientación que se encuentra en la consulta con un profesional que pueda sopesar adecuadamente la conveniencia o no, de un fármaco, puede ayudar en estas situaciones de un modo saludable, evitando al paciente el perjuicio de una medicalización, que complicando la situación que motivó la consulta, crea una patología allí donde no existía.