Varios son los estudios y los enfoques que han pretendido abordar los procesos de victimización en el ámbito de la adolescencia, intentado acotar el efecto negativo, la exposición al mismo, y si hay una evaluación posible en función del género, del centro escolar y el lugar en el que residen.
Se entiende por victimización primaria aquella que sufre la persona que se ha visto expuesta a una situación de violencia o de delito y a los efectos causados directamente por ese hecho, y victimización secundaria, los efectos causados por la necesaria participación de la persona en la situación del conflicto o su resolución, acudir al médico, ir a un juzgado, testificar o en el caso de los menores por ejemplo afrontar la situación con los padres, reunión con profesores en el centro escolar.
Etapas del proceso de victimización
Symonds (1991) distingue las diferentes etapas del proceso de victimización en sujetos que han sufrido un acontecimiento vital (“Life Event”), y que le ha supuesto un riesgo estresante para su integridad física y/o psíquica:
- Etapa de shock emocional: La persona queda paralizada por el crimen, con sensaciones de irrealidad e incredulidad (fase de negación).
- Etapa de miedo: Se impone la realidad aplastante de los hechos y surge el terror, el pánico, el miedo que generan alteraciones graves en el comportamiento.
- Etapa de apatía y rabia: A veces se alternan en el mismo sujeto. Esta etapa puede ser larga en algunas personas. La apatía y la resignación proceden de una “depresión traumática”. La rabia puede estar dirigida hacia uno mismo originando culpa y depresión o dirigida hacia fuera, en forma de irritabilidad, hostilidad o conducta agresiva.
- Etapa de resolución del conflicto: Se caracteriza por una actitud hipervigilante y una revisión de valores y creencias. Esta etapa puede retrasarse según la duración e intensidad de las etapas precedentes. Se dan los sentimientos pleitistas, de venganza o de agradecimiento hacia el ofensor (“Síndrome de Estocolmo”).
Victimización en los adolescentes en España
En uno de los estudios presentados dentro de la revista Psicothema en su Vol. 29, Nº3 de hace dos años, se encuentra el resumen de una investigación cuyo objetivo era analizar la victimización a lo largo de la vida de los adolescentes en España, cogiendo una muestra de población general en la zona norte, de unos 608 participantes de 12 a 18 años de edad y valorándolo a través de cuestionario y entrevista, los resultados informaron de que más del 90% de la muestra notificaron haber estado expuestos a algún proceso de victimización, con una media de 5,5 experiencias vividas y sobre todo encontrándose aquella que se da entre el grupo de iguales siendo la mayoría testigos de episodios violentos.
Si volviéramos a medir estas vivencias o percepciones en un nuevo grupo de menores, ¿en dos años cambiarían algo los resultados?. Todavía queda mucho por hacer en cuanto a prevención del acoso escolar, en aspectos como la gestión de las amenazas, la intervención de los conflictos en las aulas, las situaciones conflictivas que se dan en los recreos, sin quitar importancia por supuesto a las vivencias violentas de los menores en el hogar y a la violencia vivida en el ámbito deportivo y otros entornos de ocio.
Mientras tanto las secuelas de la violencia y los procesos que se presentan como consecuencia, afectan al estilo de comunicación del adolescente, a su regulación emocional, a la visión de sí mismo y a su visión de los mecanismos que se deben de poner en práctica a nivel social ante una situación violenta.