Psicología

Los niños vagos no existen

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En una consulta de Psicoterapia es muy frecuente escuchar a los pacientes decir: “la verdad es que yo de pequeño era muy vago”. También es habitual que algunos padres digan “este niño es un poco vago”. Soy profundamente escéptica ante estas frases, así que les explico que es imposible que un ser humano nazca “sin ganas”. De hecho los bebés, cuando están sanos, no hacen más que explorar el mundo que tienen a su alrededor e intentar compartir con el cuidador la emoción de sus descubrimientos. ¿Por qué cuando crecemos eso debería cambiar?.

Si el instinto de exploración (instinto que nos lleva a querer aprender, divertirnos, jugar, curiosear, movernos…) es innato y nos impulsa al esfuerzo y al movimiento, ¿qué lleva a un niño a no querer aprender a hacer sus tareas, a no querer saber cosas, a no querer avanzar?.

¿Qué hay detrás de un niño supuestamente “vago”?

Por supuesto, hay varias posibles respuestas a esta cuestión, pues no será igual el caso del niño que va a música, baloncesto e inglés después del colegio, y cuando llega a casa ya no tiene fuerzas para afrontar una cantidad considerable de deberes, que el niño que llega temprano a casa pero no ve el momento de apagar la tele y ponerse con los ejercicios de mates. Sin ánimo de ser completamente exhaustiva, mencionaré aquí cuatro aspectos clave es la desmotivación o apatía de un niño:

  1. El primer factor a tener en cuenta será, por tanto, el nivel de prisa, tensión o rigidez de horarios que el niño tenga en su vida. Unos horarios rígidos pueden provocar que el niño tenga necesidad de calma y dispersión, pero también la desorganización de horarios de un hogar puede ser una causa de desmotivación o apatía.
  2. Un segundo aspecto que, sin duda, está presente es el temperamento de cada niño. Hay niños más tranquilos, creativos o reflexivos, que son muy estimulados e impulsados a la actividad, lo que puede ser vivido como un choque con su naturaleza y así crecer con ansias de dispersión y quietud.
  3. Un tercer factor importante es que en la familia predominen discursos de perfección, autoexigencia o que se le dé una importancia excesiva al rendimiento académico. Cuando hay discursos parentales impregnados con un ideal de perfección (de hacer todo de forma totalmente correcta), esto puede generar un bajo sentimiento de autoeficacia en el niño y que ante el inicio de las tareas inconscientemente sienta “si lo empiezo no podré hacerlo perfecto, así que mejor no hacer nada”. En definitiva, el niño (o adulto) queda bloqueado, sintiéndose sin energías para iniciar la acción.
  4. El cuarto aspecto y, a mi juicio, muy determinante es el estado anímico del niño. El tener apatía o falta de ganas es un indicador del nivel de vitalidad de una persona. Un niño (o adulto) supuestamente “vago” es un niño que en cierto modo está desvitalizado.

¿Qué circunstancias causan la desvitalización que lleva a considerar un niño vago?

  • Estado de mucha preocupación mental
  • Baja autoestima
  • Nivel de vergüenza o timidez excesivo
  • Sentimientos de soledad
  • Algún duelo o acontecimiento traumático
  • Depresión o desvitalización de alguno de los progenitores (más habitual de lo que parece). A veces los niños sintonizan con el estado afectivo de la madre o el padre, y si éste está deprimido o desvitalizado, el hijo podrá adoptar un ánimo apagado o triste.

¿Qué condiciones impulsan la vitalidad de un hijo?

  • La conexión emocional con las personas significativas del entorno (padres y otras personas cercanas): que un padre o madre pueda reconocer y nombrar el estado afectivo del hijo, incluso sintonizar o reconocerlo en sí mismo, por ejemplo: “estás triste porque echas de menos al abuelo, ¿verdad? Yo también le echo de menos”.
  • El buen humor y la actitud “disfrutona” de los padres.
  • El clima “no catastrofista” en casa, es decir, no quedar excesivamente preocupados por asuntos cotidianos o abrumados por resolver.
  • Que exista la posibilidad de expresar las emociones en familia sin ser juzgado o invadido por la preocupación del otro.
  • En definitiva, que predomine el disfrute y el compartir momentos en familia más que el evitar peligros y problemas.

Por supuesto, son objetivos que suponen un esfuerzo importante, y es imposible lograrlos todos cada día, pero debemos tener presente que un niño no necesita unos papás perfectos, sino unos papás que puedan reflexionar y que quieran mejorar.

Elena Pérez Martín, psicóloga en Masquemedicos

Elena Pérez Martín. Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica.

Elena Pérez Martín
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